29/5/12

CAPÍTULO 14 Pelotudo Las Pelotas


Y una noche… el pelotudo se rebeló. Se rebeló de su condición de pelotudo. O, por lo menos, se desentendió de su pelotudez, la negó. Se declaró un no pelotudo. Y quedó como un pelotudo.

Fue a ver a Las Pelotas y encontró allí, en la pista de La Trastienda de La Plata –la réplica platense del famoso café concert de San Telmo, tan cul como su dueño, el afrancesado Pelado Telerman-, una oportunidad para exorcizarse, para tratar de sacarse el pelotudo de adentro.

Acaso embriagado por el vaho alucinógeno del humo de porro que endulzaba el ambiente, al pelotudo se le ocurrió que él no era un pelotudo, sino que alojaba uno en su cuerpo –que era, entonces, un cuerpo tomado. Que tenía como huésped a un pelotudo que no era él. Uno que lo dominaba desde adentro. Como el malvado Lucifer a la pequeña Linda Blair en el clásico de William Friedkin, un pelotudo le había okupado mente y alma. Lo había intrusado, digamos. Y lo había convertido en un pelotudo muy real, por cierto. Así, el pelotudo convirtió al pelotudo en otro, distinto a él, lo que le permitiría desmarcarse del pelotudo y exculparse.

El pelotudo vio la luz cuando la hinchada –se sabe: algunas bandas de rock tienen hinchada, con cantitos de cancha y trapos y todo- cantó teque teque toca toca / esta hinchada está re loca / somos todos peloteros / Divididos Las Pelotas (el verso final alude a la rivalidad histórica entre las dos formaciones salidas de Sumo).

En esa estrofa, el pelotudo encontró su grito libertario, su camino a la redención. Así como hay ricoteros y piojosos, los fans de Las Pelotas son peloteros, pero el pelotudo decidió reversionar la canción para convertirla casi en un manifiesto. Y cantó: teque teque toca toca / esta hinchada está re loca / somos todos peloteros / ¡pelotudo las pelotas!

Y cantó y cantó y cantó. Cantó confundido en el pogo pelotero, un rito de torsos desnudos y transpirados, cebados por la versión frenética de Shine (y ahora estás pintando / toda tu cara para cambiar, cantaba el cantante y el pelotudo alucinaba que le cantaba a él, que el cantante había notado la transformación que progresaba en el pelotudo y cantaba para él). Y cantó saltando sin parar, como el pelotudo de King África. Y cantó también cuando todos cantaron otra cosa y cantó cuando el show terminó y todos se fueron y él siguió cantando y saltando, cantando y saltando como un pelotudo fuera de sí, hasta que dos muchachones lo tomaron amablemente de las axilas y lo llevaron hasta la puerta con las patitas como pedaleando en el aire y lo arrojaron a la vereda cual bolsa de basura y lo vieron cómo se incorporaba y se alejaba saltando y cantando, con la yugular como una morcilla y lo’ojo saliéndose de sus órbitas, sacudiendo convulsivamente sus brazos como si tratara de lanzarles telarañas a los muchachones, gritándoles, como el Coco Basile invitando a pelear a los hinchas que lo puteaban: ¡¡Pelotudo las pelotas!! ¡¡Pelotudo las pelotas!! ¡¡Pelotudo las pelotas!!

Media hora después, sentado solo en un banco en la ciudad, como Carito, refugiado en la oscuridad piadosa de la noche, el pelotudo recobró la conciencia y descartó amargamente la hipótesis del pelotudo invasor que lo colonizaba desde adentro como una maligna metástasis cancerígena. El pelotudo era él, aceptó, y se fue solo cantando bajito una de Divididos, que al cabo le gusta más que Las Pelotas, y se sintió otra vez –una vez más- un pelotudo importante.

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