14/5/12

CAPÍTULO 9 Pelotudo Honoris Causa



El pelotudo se recibió de pelotudo completo y espera que alguna universidad lo distinga con el titulo de Pelotudo Honoris Causa. Es que honoris causa es una expresión latina que significa “por sus méritos” y el pelotudo está convencido de que, por tantos méritos que viene haciendo –y seguirá haciendo indefectible y sistemáticamente porque es un pelotudo con destino de pelotudo, o sea que fue, es y seguirá siendo un pelotudo por los siglos de los siglos-, ya es hora de que el mundo solemne, recoleto y riguroso de la academia mensure sin mezquindades la envergadura de su pelotudez y le clave una cucarda en la sien, como a los toros campeones de la Rural, y lo eleve un poco por sobre las cabezas del pelotón de pelotudos sin medallas –del pelotudo medio, regular, estándar, digamos.



UNA DIGRESIÓN.- Al pelotudo, se sabe, hay palabras -y expresiones también- que le quedan dando vueltas en la cabecita, como una laucha en un fuentón. Son palabras –y expresiones también- de uso muy corriente pero de las que no se conoce mucho su etimología –su origen, o sea. Pues envergadura es una palabra que, por razones más bien obvias –el pelotudo, se sabe, tiene fuerte apego por la obviedad, por lo vulgar, y está peleado con la originalidad-, llama la atención del pelotudo y se queda resonando en su cabecita afiebrada. ¿La envergadura es el acto de envergar?, se pregunta el pelotudo y suelta una risita como si se hubiera re zarpado, y se larga a la aventura de la deducción a partir de un presunto sentido común que en su caso no suele ser más que una larga cadena de errores basados en groseros baches conceptuales. Allá va el pelotudo lanzado como un bólido: si la envergadura –razona- es el acto de envergar y envergar es poner una verga en algún lado y la verga es el pene, entonces envergar es coger –al pelotudo le suena a empernar o empomar-, o más bien el acto unilateral de penetrar, y la envergadura es, justamente, la penetración en el acto sexual, aunque no el acto sexual completo, entendiendo que en el acto sexual está la acción de penetrar y también la acción de ser penetrado, que, por más pasiva que parezca, no deja de ser una acción, que es la de aceptar ser penetrado –incluso incitar a que se produzca la penetración y luego celebrar el acontecimiento con entusiasmo expresado en gemidos, gritos y hasta palabrotas. Bueno, pero no, nada que ver. El pelotudo, como buen pelotudo que es, le erró como a las bochas. En la jerga marítima, la envergadura es el ancho de una vela y sí, viene de envergar, pero envergar es sujetar o atar las velas a las vergas, que, por ser palos largos y delgados (y sí, falos) corresponden, en ese diccionario náutico, a una percha labrada convenientemente a la cual se asegura el grátil de una vela –el grátil es el borde u orilla de la vela o la parte central de la verga (en fin, no va a faltar el pelotudo que, apegado a la obviedad, sangrando vulgaridad, salga con una pelotudez tipo agarrame el grátil o soeces del estilo).


El grueso del pelotón de pelotudos usuarios del sistema de transporte público de pasajeros –o sea, la marea de pelotudos que suben cada día, más de una vez por día, sin poder elegir no hacerlo, a un bondi o a un tren o a un subte o a dos de ellos o incluso a los tres- debió padecer horas y horas de insoportable quietud –la dramática inmovilidad que deja al pelotudo como muerto o en punto muerto- haciendo cola para obtener la tarjeta magnética SUBE. El pelotudo, en cambio, no. La sacó sin esfuerzo. Casi que se tropezó con ella una mañana de invierno de 2011 en el vestíbulo del edificio en el que trabaja todos los días de su vida –al menos cinco de siete días a la semana. Acaso por eso no valora debidamente ese pedazo de plástico que le sirve para pagar el boleto de cualquier bondi, tren o subte que tome en la llamada Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA) –al pelotudo medio le encantan las siglas.

El pelotudo es un pelotudo estructurado. Como pelotudo grande, también, resiste los cambios sin razón aparente. Ni siquiera decide resistir los cambios y ensaya, elabora un sostén argumental de esa resistencia. Se resiste sin darse cuenta. Por inercia se resiste –la inercia, recuérdese, es la tendencia a seguir como se está, o sea a mantener el propio statu quo… es conservadora la inercia, mierda lo parió. Se pasó, el pelotudo, como ocho meses con la tarjeta en la billetara al pedo. Aunque ya andaba, no la usaba. Todos los días, a la salida del trabajo, compraba en el quiosquito de la parada un boleto para volver a su casa y otro para tener a la mañana siguiente para ir al trabajo. Todas las noches, dos boletos. Nunca uno porque a la mañana siguiente podría pasarle que tomara el micro en una parada donde no hay quién le vendiera el boleto o porque en otra a la que suele ir hay un quiosquito que suele quedarse sin boletos. Entonces sí o sí compraba un boleto más para tener al día siguiente. Y nunca tres. Ni cuatro. Dos, siempre dos. ¿No tiene plata para comprar una montaña de boletos de una vez y olvidarse por -un suponer- un par de semanas? Sí, pero el pelotudo, vaya a saber por qué corno –el pelotudo oyó a la Presidenta decir corno, que a las corporaciones no les importa un corno no se acuerda qué cosa, y le pareció que corno sonaba bien- compraba dos. Uno para hoy y uno para mañana.

Un día (*) dijo –se dijo-: Qué pelotudo… tengo la tarjeta y no la uso. Y se lanzó a la aventura de incorporar una novedad en su rutina, a darle sepultura a una costumbre anclada en el itinerario de sus días, a hacer rechinar una bisagra, a asomarse al despeñadero de lo desconocido. Y no se anduvo con chiquitas, el pelotudo.

- ¿Cuánto es lo máximo que le puedo poner?- le preguntó al de la boletería del subte.

- 300- le dijo el otro, seco como lengua’e loro.

- Metele que son pasteles- se agrandó Chacarita.

El pelotudo salió como un cuete –con el ímpetu del cuete que despega buscando el espacio exterior- por la boca del subte buscando ganar la calle –se sentía capaz de ganar la calle- y sintió el viento fresco que le refrescó la cara y le revolvió el pelo engelado –duro, el pelo del pelotudo. (Nota del autor: lo del pelotudo que siente el viento fresco en la cara después de cargarle crédito por primera vez a su tarjeta SUBE pretende ser una metáfora de la sensación de renovación que sintió el pelotudo por haber incorporado, después de ocho meses de resistencia inercial, una novedad a su vida que, además, es una novedad tecnológica, lo cual le da doble mérito al acontecimiento porque es sabido ya que el pelotudo juega para los pelotudos con tecno-dilei).

Pero no tardó en caerle la noche encima al falso uiner. Treinta metros y cinco minutos después, cuando subía al bondi con su plástico en la mano y el pecho inflado de orgullo, el chofer, muy orondo, les anunciaba a los pasajeros que, a partir del día siguiente, la Costera no aceptaría más el pago magnético.

En estado de shock, con la sensación devastadora de que le había caído un piano en la cabeza, alcanzó a soltar una amarga queja de bandoneón que heló la sangre del resto del pasaje:

- Listo: me meto 300 mangos en el orto.


(*) El presente capítulo fue escrito un día de fines de febrero o principios de marzo de este año, más o menos, cuando la Costera aumentaba su tarifa sin autorización y por eso no podía aceptar el pago con la tarjeta SUBE.

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