8/5/12

CAPÍTULO 7 Destino: la ruta (pelotudos embotellados)


- Miguel, no se puede pasar de estar tan bien a estar tan mal en cuestión de horas. Me quiero matar- le dijo un pelotudo amigo por mensaje de texto a media mañana, y le cagó la cabeza, le arruinó el día cuando apenas había arrancado. (El pelotudo no se llama Miguel, pero el pelotudo amigo le dice Miguel porque dice que el nombre Miguel da pelotudo, o sea que le queda bien)


- Es el karma del pelotudo medio- le respondió el pelotudo, después de unos instantes buscando una frase optimista que lo sacara de una depresión que él ya conocía porque la había sufrido a la vuelta de sus vacaciones y la había vuelto a sentir esa mañana, antes de que el pelotudo amigo lo golpeara poniendo en palabras lo que, se ve, los dos padecían en simultáneo: el llamado Síndrome de Willy Quiroga, un cuadro sicosomático que se manifiesta con tarareo bajo, apenas audible, del hit de Vox Dei “Presente”, que le canta al final inexorable y a la ilusión –o sea, a lo ilusorio- de la escapatoria.

El pelotudo amigo había terminado de caer esa mañana –es grande, el tipo, pero es un pelotudo y, como buen pelotudo, tarda en caer-: todo concluye al fin / nada puede escapar/ todo tiene un final / todo termina.

Aunque pueda rajarse unos días a la Costa o a una quinta o a pescar con mosca, el pelotudo medio, antes de empezar a sentirse un poquito menos pelotudo ya tiene que volver a laburar. Por eso, justamente, es un pelotudo medio. Porque no pertenece al club selecto de los hombres libres –o sea, de los tipos que pueden decidir no trabajar. Integra –es bueno recordar y fijar este concepto- el pelotón de pelotudos –y es bueno usar cada tanto esta cacofonía que el autor adora- que se levantan todos los días para ir a hacer lo que no tienen ganas de hacer –o al menos cinco de siete días a la semana, y no los cinco que ellos eligen, sino los cinco que un pelotudo que se cree menos pelotudo elige por ellos. Para reforzar, por si el que lee es medio pelotudo: el pelotudo medio no es libre porque está atrapado en sus obligaciones. No tiene por dónde escapar. Tiene que ir a trabajar y punto. Y es justamente su condición de pelotudo –para mejor vez quedará el desarrollo y, con suerte y viento a favor, la solución del dilema del huevo y la gallina aplicado a este caso de estudio, porque divide aguas entre los expertos la discusión sobre si se es pelotudo porque se es esclavo del trabajo o se es esclavo del trabajo porque se es pelotudo- lo que le traza un destino, también inexorable, muy de pelotudo: está condenado a ser un pelotudo embotellado.

El pelotudo medio no puede elegir cuándo trabajar y cuándo descansar. Trabaja cuando trabaja el ejército de pelotudos trabajadores y descansa cuando a los pelotudos les dan descanso. Resultado: se va a la Costa cuando todos se van a la Costa. Se va cuando lo sueltan, que es cuando los sueltan a todos, como a los perros de departamento que viven a las vueltas como laucha en un fuentón enjaulados en un dos ambientes y no pueden elegir quedarse allí cuando los dejan salir, porque tienen tantas ganas acumuladas de salir que, cuando los sueltan, salen. Sí o sí. Salen. Aunque tengan sueño, les duela el culo o les hayan llevado una perra para culearse, es tan fuerte la necesidad de salir que salen aunque afuera estén cayendo soretes de punta. Salen igual.

Cuando llega un fin de semana largo, el pelotudo medio se lanza a la ruta. Es una pulsión incontrolable. Consulta el pronóstico meteorológico al pedo, porque aunque anuncien un tsunami se va a ir igual. Carga el auto hasta las pelotas, mete a los hijos en el coche a boleos en el culo, si es necesario, y se arroja a la ruta, aunque sabe que se va a comer un garrón porque todos sus camaradas tomarán la misma decisión inevitable: irse a la Costa. Y escribirán su destino de pelotudos embotellados que tienen como destino inicial de sus viajes no el destino que eligieron, allá donde alquilaron tres días/dos noches una cabaña que se las cobraron una fortuna gracias a las pelotudeces que les ofrecen y que después no usan o que dan lujo y generan la frívola/pelotuda esperanza de cagar más arriba de lo que da el culo, como un faquin hidromasaje y un spa de mierda que es un bañito de mierda con vapor que te hace transpirar como salamín en la guantera y una ducha con chorros horizontales que te rompen las costillas, sino la mismísima y putísima ruta, la cinta asfáltica, la calzada ardiente. O sea: el primer día de los tres que garparon un disparate porque no podían no irse a la Costa no lo pasan en Mar del Plata o en Pinamar o en San Clemente o donde puta sea que decidieron ir. No. Lo pasan en la ruta. 18 horas se pasan en la ruta, con los pibes cagándose a tortazos entre ellos porque se aburren; la mujer bardeándolo porque se mete por la banquina y nos vas a matar a todos o porque no se mete y así no llegamos nunca más; meando en el pasto con todos los pelotudos tocándole bocina como si todavía fuera gracioso y comiendo porquerías de estación de servicios que tarde o temprano lo van a hacer explotar como un sapo y ahora, temprano, le dejan el auto como un chiquero. Y llegan al segundo destino –quedó claro: el primero es la ruta- con el primer día perdido, las bolas como dos garrafas de 30 y los nervios como un manojo de cables de acero.

El programa de las escapadas de fin de semana largo del pelotudo medio es, entonces:

* Primer día.- Embotellamiento en la ruta.

* Segundo día.- Todo: desayunar churros/ir a la playa y bañarse en el mar-caminar por la orilla-hacer castillitos de arena-juntar caracoles-jugar un picado-lastrarse un choclo con manteca-clavarse un daiquiri de frutilla-pescar cornalitos-jugar al vóley-jugar al truco-jugar al tejo-jugar a la paleta y remontar un puto barrillete/comprar pulóveres/ver vidrieras en la peatonal/ir a los jueguitos/ ir al cine/comer rabas en el Puerto. (De coger ni hablar)

* Tercer día.- Embotellamiento en la ruta.

Este fin de semana que pasó (*) se fueron todos a la Costa. Un mundo de pelotudos empujados por una fuerza que les sale de las entrañas. El pelotudo hizo lo propio. Honró su condición, su pertenencia. Se fue con dos pelotudos amigos a Mar del Plata. Él, que es un pelotudo consciente, sabe que no razona distinto a los demás de su clase, que cuando cree que se le ocurre algo original debe desconfiar porque el pelotudo medio piensa como todos los pelotudos. No se sale del rebaño. Entonces en su cara se dibujó una mueca de suficiencia –se le levantó la boca de un solo lado, como en una media sonrisa- cuando escuchó el plan que habían tramado sus dos pelotudos amigos, organizadores del viaje.

Vamos a viajar el sábado a la noche. Nos perdemos un día, que en este fin de semana no es mucho porque es de cuatro, y zafamos del quilombo en la ruta- le dijo uno, con voz firme, como quien presume de cierto plus de viveza.

Ok- aceptó el pelotudo, y pensó: ¡Qué pelotudos…!

La profecía no tardó en cumplirse, implacable, impiadosa. No habían llegado a Lezama y el tránsito ya estaba atascado.

Un millón de pelotudos habían tenido una idea genial: viajar el sábado a la noche para no tener quilombo en la ruta.

¡Más de cien quilómetros de embotellamiento!

¡Más de cien quilómetros a paso de hombre, a 30, a 40 como mucho!

¡Seis horas como tres pelotudos en la ruta!

Embotellado, el pelotudo volvió a sentir la angustia de la quietud –además de una contractura en la zona del omóplato derecho que se sumaba a su dolor de cintura y al residuo doloroso del esquince de tobillo que se hizo en el último fulbito. Y pensó que ni escapando de la rutina de esperar el bondi y viajar una hora y pico hasta Buenos Aires podía zafar de esa sensación de inmovilidad que lo enloquecía, que lo convertía en hombre muerto, en un pelotudo en punto muerto.

- Ahora sí que no nos movemos. Porque en el bondi no te movés por las tuyas pero por lo menos te mueven. Aunque suene feo, te mueven y entonces de alguna manera te movés. Pero acá ni eso: estamos quietos arriba de un auto que no se mueve una mierda- les dijo a sus pelotudos amigos.

- No empecés, pelotudo –lo cortó uno.

- Sí, pelotudo, no empecés con tus pelotudeces –lo cruzó el otro.

***

- Miguel, no se puede pasar de estar tan bien a estar tan mal en cuestión de horas. Me quiero matar- le dijo el pelotudo amigo esta mañana.

- Es el karma del pelotudo medio- le respondió el pelotudo. Y lo consoló: -Tranqui, pelotudo, que este año está lleno de fines de semana largos. La vamo’a pasar bomba bomba en la ruta, la vamo’a pasar.

(*) Este capítulo fue escrito inmediatamente después de un fin de semana largo de febrero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario