13/6/13

VOL 2/3 - Cap. 7/3 - El Pelotudo Medio recargado - El Súper Pelotudo





El tema es el sueño. Este año, claramente el problema del pelotudo es el sueño. Tiene mucho sueño. Anda con sueño todo el día -y toda la noche también, incluso cuando duerme, porque, deduce, si mientras duerme no tuviera sueño se despertaría. Medio dormido, anda el pelotudo. Medio dormido come, medio dormido hace la digestión, medio dormido se baña, medio dormido mea, medio dormido maneja, medio dormido trabaja, medio dormido viaja en subte, medio dormido se viste, medio dormido se embotella, medio dormido piensa duda sueña ama odia bosteza parpadea ve oye huele... Cabeceando más que Palermo, el pelotudo anda entrando y saliendo de la realidá, o capaz que fundiendo -y confundiendo- la realidá con la inconsciencia. Anda todo el tiempo al filo, por el borde, haciendo equilibrio entre los abrires y los cerrares de ojos. Medio boleao, por ahí abre lo'ojo y está acá, y por ahí los cierra y chau: se fue para allá, pero cerca, a un paso de acá. La frontera es delgada. Y es difusa. ¿Dónde es acá y dónde allá? A veces, el pelotudo no sabe, no logra distinguir, se aturde. Si lo apuran, capaz que no puede contestar. 

—¿Estás acá, pelotudo?— le suelen preguntar cuando lo ven medio ido, metiendo un frentazo tras otro. 

— ¿Eh? ¿Lo qué? Ah, sí sí. Bah, no, o sí, ¿qué sé yo? ¿Acá dónde?— suele balbucear sin que se le entienda una goma, un poco desde acá y otro poco desde a allá.

Pero el problema no es, en rigor, el sueño. Este año, el problema del pelotudo es la incertidumbre que le provoca esto de andar saltando de un lado al otro, porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Miedo a cuando se torra, tiene. Miedo a lo que pueda hacer cuando se le apaga la tele. Porque allá es más libre. Allá es él: el pelotudo en toda su dimensión; el pelotudo liberado de las ataduras de la faquin cultura represora de sus instintos, de sus pulsiones, del puto Súper Yo, diría Sigmund; de ese pelotudo castrador que lo reprime para que no sea un total inadaptado social, para que sublime y, siguiendo a Sigmund, convierta la libido mala en libido buena —la libido es bipolar, como el colesterol— y mantenga a raya al pelotudo peligroso y lo convierta en un pelotudo útil y utilitario que cinco de siete días a la semana se levanta a las cuatro y cuarto de la plena madrugada para cumplir sus deberes de pelotudo medio —un pelotudo manso y tranquilo. 

El pelotudo le tiene miedo, entonces, al pelotudo mismo: a lo que pueda hacer el pelotudo recargado del más allá en alguna vuelta que se confunda y saque todo el pelotudo que tiene adentro, pero en el más acá. O sea, que haga lo que se anima a hacer en sueños -algún cagadón penado por la moral pública- pero en la realidad, sin distinguir una cosa de otra.

Este año, entonces, el problema del pelotudo es el sueño y es el miedo, porque el sueño lo enfrenta al miedo -al terror- que le produce un monstruo impredecible: el Súper Pelotudo.


Es que imagina que el Súper Pelotudo, en ese estado fronterizo de semi inconsciencia, medio como soñando despierto, vendría a ser, sería capaz de darse todos los gustos que el pelotudo despierto se reprime, sublimando sus pulsiones más pelotudas para transformarlas  en un río torrentoso de pelotudez utilitaria, políticamente correcta, más o menos productiva, moralmente intachable. Sí, el pelotudo no tiene dudas: el Súper Pelotudo sería un zarpado capaz -un suponer- de entrar a un baño público y manotearle fuerte el picaporte al pelotudo que estuviese cagando y, después de sobresaltarlo por ese miedo razonable a que te abran la puerta en el que acaso sea el momento más íntimo de la persona humana, abandonar el recinto sanitario apagando las luces a la pasada; de dejar en el bar la servillera de papel usada de nuevo en el servilletero, pero bien usada para que fuese muy dificil sacarla para usar las que están limpias; de hacer como que no anda el lector de tiquets de la barrera del estacionamiento del yopin justo la noche de ofertas del Día del Padre y poner la marcha atrás como pidiendo permiso para pasarse a la barrera de al lado; de ir con un amigo al banco y en la cola fruncir la nariz como que hay muy mal olor y preguntarle al amigo en voz muy bajita pero lo suficientemente alta como para que se escuche: ¿Fuiste vos, hijo de puta?, y ante la respuesta negativa del otro empezar a mirar para todos lados como buscando al responsable y clavarle la mirada a la minita de atrás con clara actitud acusadora; de pedir que le abran una camisa que está toda doblada y llena de alfileres y plastiquitos y cartones y, después de probársela, dejarla con el argumento de que no, que no hay caso, que a él las camisas no le van; de llamar a una radio y decir pija al aire, de decirle a su mujer que las milanesas le salen como el orto, de ir al restó más caca de Recoleta, comer como un cerdo, clavarle un chorro de soda a un Rutini y rajarse sin pagar; de decirle al forro de su jefe que la secretaria les contó a todos que no se le para, de decirle a su jefe que tiene cara de forro, de hacerle 15 preguntas a la cajera de McDonalds, de pedirse una soda, hacerse un fondo blanco y volarle la peluca de un eructo a una vieja cheta en La París; de asfixiar con una milanesa de soja al hijo de puta que ronca como un puerco y babea al lado suyo en el bondi y de tantas otras locuras que el pelotudo prefiere ni imaginarse porque entra en pánico y porque, además, tiene mucho sueño como para seguir pensando tanto.


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