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VOL 2/3 - Capítulo 5/1 - El Pelotudo recargado - Doble cepo



Se despertó así, como en un susto, como atravesado por un rayo, con lo'ojo que le pasaron de cerrados a dos de oro sin escalas ni pegotes de lagañas. Se despertó como se despiertan en las películas cuando algo los sobresalta. Como eyectado por un resorte, pasó de modo acostado a modo sentado. Sudoroso, se despertó con un suspiro amariconado. Temblando como una hoja buscó en sus bolsillos el arma reglamentaria pero ni bolsillos tenía: el pelotudo estaba casi en pelotas, apenas cubiertas sus partes por un calzoncillo viejo, su elástico estirado —con esas ondas que se les hacen a los elásticos estirados de los calzoncillos—, el blanco original convertido en amarillo creciendo al ocre y una descosedura justo entre el culo y las bolas —no literalmente justo entre su culo y sus bolas porque estaría gritando como un marrano del dolor sino en el lugar de la tela del calzoncillo que va justo entre el culo y las bolas de cualquier pelotudo que usa ese tipo de prenda. Se hundió otra vez en las mantas —que permanecían prolijamente tendidas a pesar del sofocón porque el pelotudo tiene la manía de la simetría y otras varias obsesiones— y miró para acá y para allá pero solamente moviendo las bolitas de lo'ojo —las bolitas para acá, las bolitas para allá— haciendo fuerza para llegar con su visión lo más a la derecha y lo más a la izquierda posible —para ser un pelotudo amplio, pensó. También hizo fuerza con las bolitas (con las de lo'ojo) para arriba, para relojear el techo. De algo estaba seguro: no era esa habitación el vestuario tenebroso del abandonado Centro Fomento Los Hornos. El perro sarnoso no estaba junto a él y no estaba tirado en el piso frío y húmedo —no tenía un cartón abajo del culo para que la humedá no lo matara. El pelotudo tardó en caer, como buen pelotudo que es. Tardó en darse cuenta de que no era el año 2019 ni el mundo había caído en manos de sanguinarios regímenes neonazis ni vivía él en una fortaleza blindada ni había en la calle una guerra por la supervivencia entre hordas de ex ciudadanos despojados de sus derechos de ciudadanía y librados a su suerte y a sus fuerzas para ganarse el pan el refugio y la satisfacción de sus apetitos ni trabajaba él inventando noticias para suplantar con relatos de ficción la realidad que no ocurría en el mundo real ni tenía un chip en el marote que le hablaba le daba órdenes y le medía el nivel de azúcar en la sangre ni había sido secuestrado por policías de la una tal Policía Militar ni había sido interrogado por un gordo de tiradores con cara de Lanata ni nada de todo eso. Tardó unos minutos, el pelotudo, en darse cuenta de que había tenido una pesadilla.

(IMPORTANTE: El que escribe parece que también es un pelotudo que no inventa pólvoras y apenas atina a usar recursos gastados de novelas vespertinas en las que las pesadillas están siempre a mano para salvar un barquinazo argumental y volver a poner el relato en sus rieles)

Boleado, a mitad de camino entre ese mundo devastado de 2019 y éste de vaya a saber qué año de más acá, ahora el pelotudo intentaba sin éxito enfocar en el celular en busca de una referencia horaria. Es que el sudor de la frente (la sudoración por la pesadilla) se le había metido en lo'ojo, que le ardían como el demonio, y se le nublaba la vista. Se frotaba y parpadeaba fuerte —apretaba los párpados húmedos y salados y los abría hasta que le tiraban. Un haz de optimismo le penetró el temperamento y el pelotudo pensó que sería la sobrehumectación ocular que le devolvía una imagen distorsionada del reloj del teléfono: que no podía ser de ninguna manera que la alarma hubiera sonado a las cuatro y cuarto de la plena madrugada. ¿Por qué reputísima razón debería despertarse a las cuatro y cuarto de la plena madrugada? ¿Ahora era tan pelotudo que se programaba los viajes al baño para mear? ¿Había errado en la programación? ¿¡Qué carajo hacía despertándose a las cuatro y cuarto de la plena madrugada, el reverendo pelotudo!? La respuesta tardó en aparecérsele, todavía turbado por la amenaza del gordo con cara de Lanata (Nos volveremos a ver, le habia advertido el interrogador de tiradores mientras le soltaba el humo del pucho en la jeta). Pero al fin llegó, como llegan las revelaciones de verdades reveladas: como una flecha, como un navajazo, y se le clavó en el corazón mismo de la existencia y le incrustó un frío atroz que le subió desde el culo, porque por ahí le había entrado la muy sádica revelación.

El pelotudo se levanta a esa hora para ir a laburar. 

—¿Perdón?— se preguntó a él mismo, ya sabiendo la respuesta: acá, en el mundo real, el pelotudo se levanta cinco de siete días a la semana a las cuatro y cuarto de la plena madrugada para poder llegar a las seis al primero de sus dos trabajos. Porque ahora el pelotudo no tiene un trabajo: tiene dos. Dos puñeteros trabajos tiene. Dos. Y casi no le caben en el día.

Se sabe: el pelotudo no pertenece a la elit de hombres libres, ésos que un día se lavantan y pueden decidir que no, que ese día no van a trabajar y mandan todo a la concha su lora. En cambio, integra el dramáticamente mayoritario club de pelotudos que al menos cinco de siete días a la semana tienen que levantarse para ir a laburar y no pueden contra esa condena. Más: es parte de un grupete de pelotudos presumidos que suponen que trabajar en Buenos Aires les da como un lustre, una alcurnia, y entonces se pasan de tres a cuatro horas por día viajando para ir y volver del trabajo. Es, en definitiva, uno de los pelotudos que viven en una ciudad y trabajan en otra —una soberana pelotudez. Pero no le alcanzaba con todo eso y entonces, sin entender bien por qué —nunca entiende muy bien por qué hace lo que hace ni por qué le pasa lo que le pasa ni por qué pasa lo pasa en su cuadra en su barrio en su ciudad en su provincia en su país en su mundo en sus otros mundos— se consiguió otro empleo —otro en Buenos Aires, obvio— y lo trató de encajar con un calzador en la primera parte del día pero como no le entraba agarró el día de la mañana y lo estiró tres horas hasta que por fin le entró el segundo empleo, que quedó apretado como pedo de visita ahí, en los fiordos de la mañana.

O sea, digamos: el pelotudo —capaz que fantaseando en los arrabales de su conciencia desquiciada con ser un pelotudo importante— ahora es un doble pelotudo porque tiene doble razón para no poder levantarse y decidir que ese día no va a ir a laburar y se va a quedar en la casa amasándose la plastilina con fervor militante. No no no. Lejos de eso, el pelotudo es ahora un pelotudo con doble cepo a su libertá —que se le ha achicado hasta convertírsele en un residuo casi irreconocible, la pobrecita.

Notificado por él mismo —el pelotudo cree darse cuenta de que sufre cierto desorden de desdoblamiento de su Yo, con lo cual a veces al Yo se le sale un Tú o un Él, aunque hasta ahora nunca un Nosotros ni un ustedes ni un Ellos, por suerte— de su nueva condición de pelotudo doble recargado potenciado aumentado reforzado full full, el pelotudo se levantó y salió de la cama y arrancó para el baño pero ni dos pasos había dado que se frenó en seco. 

— ¡Esa decisión!— se acordó.

Tenía que tomar esa decisión que tomaba a diario, en la penumbra de la plena madrugada, que marcaría a fuego su jornada que ya del horno sale marcada por interminables odiosos estresantes desquiciantes enajenantes enfermantes travesías de unas puntas a las otras del mapa (porque tiene un trabajo en una punta y el otro en la otra), atrapado en mares de estresados desquiciados enajenados enfermados pelotudos que parecen todos distintos pero que son, en definitiva, soldados del mal que mal homogéneo compacto macizo ejército del pelotudo medio.

— ¿En auto o en bondi?— se interpeló el pelotudo, y ya se sintió cansado y entonces reculó sobre sus casi dos pasos —reculó en chancletas, con la dificultad máxima que eso supone— para sentarse en la cama a pensar. 

— ¿En auto o en bondi? ¿En auto o en bondi? La puta madre, che, me pregunto por qué me la hacen siempre tan difícl... 







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