19/10/12

VOL 2 Volver al futuro CAP 3 Casi cuatro horas y fracción (parte II)

El pelotudo preguntó si podían darle algo caliente para saciar el hambre y sacarse algo del frío –mezclado con el miedo que imponía el grandote con cara de Lanata- que lo hacía temblar como un flan Ravana (la comparación que le salió en ese momento de zozobra le produjo al pelotudo un yoc de angustia por el contraste con su tierna infancia en el barrio platense de La Loma, siempre sobre ruedas en su bici naranja con falsos amortiguadores y asiento banana, y el viaje se le presentó con la cortina musical del yingle que fue un clásico: si se mueve, uaua, si se mueve…). Pero el grandote con cara de Lanata le dijo que ni en pedo, que si se portaba bien terminarían rápido.

  Dale, gordo, una sopa Knorr no se le niega a nadie— lo increpó el pelotudo, envalentonado por el zezeo del grandote.

  Voy a hacer como que no dijiste nada, pelotudo. Y Ahora me vas a decir dónde encuentro a Bonfatti— lo apuró el gigantón apoyándose con las dos manos en el pupitre mínimo, inclinando su cuerpote hacia adelante y casi quemándole la nariz –que no es como para que le digan Poroto- con el pucho que le colgaba de la comisura izquierda y se balanceaba de arriba para abajo y viceversa con el movimiento de los labios, mientras dos tipitos de mameluco instalaban una pantalla de 42 pulgadas frente a él.

El pelotudo quedó estupefacto. ¿Por qué reputísima razón el energúmeno éste de tiradores y sombrerito suponía que él, un pelotudo normal, estándar, un pelotudo más, sin relieve, podría llegar a tener alguna faquin idea de dónde se escondía Bonfatti?

El ex gobernador de Santa Fe, segundo dirigente socialista que había gobernado una provincia argentina, está prófugo desde diciembre de 2012, cuando el entonces diputado nacional Agustín “Chivo” Rossi lo sindicó como capo del cártel de Arroyo Seco y contacto local del cártel mejicano de Acapulco, que lideraba la mítica pareja de criminales conocidos con los alias tía Berta y tío Acner. La punta del aisberg había sido el jefe de la policía santafesina, al que habían pillado hablando con chicos malos. Bonfatti se quejó de que no le habían avisado que estaban investigando a su subordinado, y mandó al Congreso un proyecto de ley para obligar a los espías a tocar timbre, pero resulta que lo peor que no le habían avisado era que al que estaban buscando en realidad era a él. Con careta del Lole Reutemann y traje antiflamas, el mandatario abandonó en moto la casa de gobierno provincial a las 12 PM en punto del 31 de diciembre, aprovechando los estruendos de la pirotecnia de Año Nuevo. Y nunca más se lo vio en los lugares que solía frecuentar. La gobernación quedaría en manos del vicegobernador Henn, que era radical, dato que nunca había tenido en cuenta el denunciante, sobre quien recayó una unánime condena social –Rossi sufrió violentos escraches en la puerta de su domicilio por parte de multitudes enardecidas que portaron pancartas con el lema PEOR EL REMEDIO QUE LA ENFERMADAD. (El sucesor natural de Bonfatti duró unos poquitos meses en el poder y también tuvo que escapar subrepticiamente de la casa de gobierno, pero en su caso, siguiendo otra tradición partidaria –la primera que respetó fue la de no terminar el mandato-, se rajó por los techos en helicóptero). Meses después circularía en la interné un video casero que fue reproducido por las principales cadenas de televisión: vestido con una camisa jauaiana de colores vivísimos y con un puro cubano entre los dedos, Bonfatti se reía a carcajadas echando su cuerpo hacia atrás y dejando ver su abdomen inflamado, coronaba la risotada con un nariguetazo largo, profundo, y con sus bigotes a estrenar blanqueados y sus ojos inyectados en sangre hacía como que miraba al espectador y, ofreciendo el plato a la cámara, volvía a soltar una carcajada desafiante. Hoy se dice que en estos siete años el ex militante socialista, pionero del llamado socialismo narco, en el que militan en la clandestinidad decenas de dirigentes que aseguran haberse hinchado las pelotas de tanta corrección política, construyó un imperio criminal con ramificaciones en toda Latinoamérica: el Régimen lo acusa de quemarle la cabeza a los jóvenes con la cocaína y con su otro gran negocio: la distribución ilegal de libros de pensar.

(El Régimen ejerce un férreo control de todo lo que se publica y aplica un tamiz apretadísimo –como pedo de visita- que reduce a un puñado los escritores autorizados, todos inscriptos en el género de la autoyuda y la espiritualidad –el catálogo oficial incluye títulos de Ari Paluch, Claudio María Domínguez, Sergio Lapegüe, Luis Majul, Elisa Carrió, Andrés Calamaro, Daniel Amoroso, Luis Ventura, Caruso Lombardi y Orlando Barone. El filtro está a cargo del ministro de Control Editorial, el ex animador, actor y pistolero Baby Echecopar)

El grandote de cabeza chiquita ametralló al pelotudo con un interrogatorio en el que lo amenazó reiteradas veces con borrarle el rígido de su súper computadora personal –a lo que el pelotudo se animó a preguntarle si todavía seguía calenchu- y lo sometió a salvajes tormentos sicológicos: le pasó, una tras otra, las rutinas de estandap que Jorge Lanata ensayaba en el show televisivo revisteril de los domingos a la noche en el trece, mechadas con las conclusiones que exponía el médico y periodista Nelson Castro en su programa El Juego Limpio hablándole y reclamándole cosas a la Presidenta y las agarradas del abogado y periodista Eduardo Feinmann con alumnos tomadores de escuelas porteñas. Pero no consiguió nada. Aunque turbado por tanta TV basura, el pelotudo dijo una y otra vez lo mismo: ¡Sólo soy un pelotudo! ¡Sólo soy un pelotudo! ¡Sólo soy un pelotudo!

Habían pasado casi cuatro horas y fracción cuando el grandote tiró la toalla.

  Ok, evidentemente sos un pelotudo, pero no uno cualquiera: un pelotudo importante, porque sabemos que sabés y te hacés el pelotudo y sabés que no es gratis saber y hacerse el pelotudo— le dijo el ropero al pelotudo sacándose el sombrero y rascándose la cabecita.

El gordo dio media vuelta y se fue yendo, su mano izquierda en el bolsillo de los pinzados y la derecha llevando el trigésimo cuarto cigarrillo a su boca, pero antes de cerrar la puerta metálica asomó apenas su cabecita y le advirtió al pelotudo:

     No te relajes, eh: nos volveremos a ver.

Enseguida dos guardias volvieron a encapucharlo y lo arrastraron otra vez por los pasillos angostos y ásperos hasta el blindado. Anduvieron un tiempo indescifrable hasta que el camión frenó y la puerta se abrió. El pelotudo sintió otra vez que lo agarraban del cuello del gabán, lo bajaban bruscamente y le sacaban la capucha.

     Tomá, pelotudo, cuidate, que la calle está dura— le aconsejó uno de los guardias mientras le devolvía la pistola reglamentaria. 

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