(SIETE AÑOS
DESPUÉS…)
El pelotudo
se despertó –se sobresaltó y se le sacudió el cuerpo como si le hubieran metido
un cable pelado por el orto y se dio el marote, otra vez, contra el cabezal de
la cama- con el chirrido ése de mierda que cada mañana, a las seis ocloc, le
horada el cerebro desde adentro –literalmente desde adentro. Hace ya cuatro
años que le implantaron el Dispositivo Inteligente Multifunción (DIM) en el
tálamo, pero el pelotudo –que, se sabe, tarda en absorber las novedades porque
es un pelotudo con tecno dilei- no se acostumbra a que le suene el despertador
adentro del marulo y se estremece y putea en arameo cada puta mañana de su
vida. De hecho, le queda el tic de tirar el manotazo sobre la mesa de luz con la
esperanza de acertarle al viejo despertador con campanita.
Todavía
medio tololo, mientras escucha la voz de trola que desde adentro de la cabeza
le da un informe detallado y monocorde de las tareas que tiene agendadas para la
jornada, de sus signos vitales y de sus necesidades alimentarias y fisiológicas y le avisa que
su colesterol malo experimentó una leve suba en las últimas 72 horas, se estira para
desperezarse y comprueba que lo sigue matando la cintura y sospecha –hace años
que sospecha y nunca termina de convencerse, o sea que vive en constante estado
de conjetura, el pelotudo- que es el sedentarismo que lo atrofia, lo
des-tonifica, lo encorva y lo entumece.
El pelotudo
se estira un poco más, corre la mirilla de la ventana metálica y achina lo’ojo
para fisgonear cómo está el día, al tiempo que le pide al DIM el informe del
clima y del tránsito. Abrir la mirilla para ver cómo está el día e interesarse
por el clima y el tránsito son también reflejos residuales de cuando el
pelotudo salía al menos cinco de siete días a la semana para tomar el bondi que
lo llevaba a su trabajo en Buenos Aires, en un diario digital que desmontó la
redacción en 2014 –inmediatamente después de que el Gobierno estableciera el
estado de sitio- y mandó a sus periodistas a trabajar en sus casas.
En su momento le pareció una bendición porque ya no tendría que soportar ese pinche
viaje cotidiano que lo condenaba a dedicarle de tres a cuatro horas diarias más
al trabajo que los pelotudos que vivían en La Plata y trabajaban en La Plata.
Después sufrió algunos desórdenes sicológicos producto del encierro y ahora,
que ya lleva casi cinco años prácticamente sin salir a la calle, es como que se
acostumbró, igual que la mayoría de la minoría trabajadora que adoptó la
modalidad del teletrabajo a la fuerza y mudó definitivamente su vida social a
la interné, que provee de todo y satisface la mayoría de las necesidades
espirituales, culturales, sentimentales y de esparcimiento y hasta románticas y
sexuales -el sexo es definitivamente virtual y onanista, con la ayuda de las
súper computadoras, que reproducen texturas y olores humanos y permiten
recrear, aunque todavía bastante rústicamente, la experiencia del cuerpo a
cuerpo.
Por la
mirilla el pelotudo confirmó que la guardia de la policía militar, que es ambulante durante la noche y la madrugada, ya estaba en posición. Entonces destrabó
y levantó las cortinas metálicas que cubren los cristales blindados, pero
inmediatamente bajó el blacaut para impedir que la luz natural -aunque tenue
por la gruesa capa de gases que bloquea el paso franco del sol- le nublara la
vista, desacostumbrada a la claridad. No pasaron dos minutos hasta los estruendos del primer
cruce de disparos. Es que afuera hay una guerra -una guerra de todos contra
todos por la supervivencia.
El mundo
empezó a desquiciarse del todo a fines de 2012. El entonces presidente de
Estados Unidos, Baracka Obama, perdió las elecciones de noviembre de ese año a
manos del republicano cara de republicano Mitt Romney, un presunto moderado
que el mismísimo día en que ocupó el Salón Oval se rebeló fanático de derecha y
se erigió, en el mismo acto, en un pelotudo importantísimo. En su primer
mensaje al mundo desde el atril montado, como era tradicional, en las puertas
del Capitolio, el zarpado anunció la misión que –dijo- Dios le había
encomendado: terminar con la crisis financiera en su país a como diera lugar, y
se declaró protegido por la fe para soportar la angustia moral que le
provocaran los costos de un plan de ajuste sin precedentes, estructurado,
fundamentalmente, a partir de un feroz recorte de la inversión pública en
programas de fomento al empleo e incentivo a la producción, además de un
severísimo achicamiento de los recursos destinados a la educación y a la salud
públicas –la reforma del sistema de salud que había implementado Obama,
advirtió el nuevo, iría inmediatamente para atrás.
Desde ese
atril/púlpito, Romney convocó a los líderes de las potencias en crisis a “hacer
lo que tengan que hacer”, y advirtió, con su dedo índice derecho apuntando al
cielo, que Dios vomitaría a los tibios.
Era lo que
necesitaban otros pelotudos con cetro del mundo civilizado para pudrir el
queso. La alemana Merkel, que ya tenía los colmillos afilados; el británico Jaimito
Cameron, el socialista francés con apellido de país bajo que en el fondo era un monigote de su compatriota jefa del Fondo, madam Lagarque; el cara de
cebolla cruda Rajoy –el presidente más pelotudo parido por la Madre Patria que
la parió- y otros energúmenos se prendieron con entusiasmo criminal y aplicaron
planes de ajuste tan pelotudos que no sólo no arreglaron nada, sino que la cagaron
del todo. Para mediados de 2013, Estados Unidos y Europa occidental estaban
prendidos fuego, con millones de pelotudos sin trabajo ni cobertura social pero
con muchas piedras y bombas molotov en sus mochilas de neoagitadores indignados
que fueron cayendo como moscas bajo la represión discrecional y salvaje de
fuerzas del orden puestas al servicio del aniquilamiento de la protesta social,
anárquica y descontrolada.
Acorralados
por una malaria sin fondo, los pelotudos de la OTAN pensaron que era hora de ir
definitivamente por el petróleo y aumentaron la presión sobre los gobiernos enemigos
del mundo árabe, y lanzaron operaciones militares que intentaron voltear los
regímenes hostiles y despertaron la reacción de las organizaciones radicales,
que hicieron escalar la violencia como jamás antes se había visto, con una
secuencia de atentados que hicieron blanco en las principales ciudades de las
potencias de occidente en decadencia.
El combo de
desempleo, pobreza y violencia provocó una estampida en Estados Unidos y
Europa: millones y millones de excluidos buscaron refugio en los rincones menos
golpeados y más ricos del mundo en términos de recursos naturales y alimentos.
Como un siglo antes, con la primera Gran Guerra, una oleada inmigratoria cubrió las
economías emergentes que mejor se habían protegido de la crisis a partir de 2008:
Rusia, India, China, Sudáfrica y Latinoamérica.
La
diferencia con el fenómeno de principios de la centuria pasada radicó en que aquella
fue una ola de desplazados que ofrecieron sus manos laboriosas en
países con poblaciones escasas y todo por hacer, mientras que los nuevos
inmigrantes constituyeron hordas de desesperados que vinieron a reclamar trabajo en mercados insuficientes para albergarlos a todos. Las poblaciones
receptoras entraron en pánico y se protegieron pasando a la ofensiva: un brote de xenofobia agitó a los sectores de ultra derecha, que ganaron cierto
favor popular proponiendo repeler a los invasores a sangre y fuego. Los gobiernos populares de Cristina Fernández, Dilma Rousseff, Evo Morales, Pepe Mujica, Hugo Chávez, Rafael Correa
y Raúl Castro resistieron con la militancia en las calles, pero los sindicatos exigieron determinación para evitar la usurpación de las fuentes de trabajo por parte de mano de obra que se ofrecía por monedas. Las fuerzas
armadas se sublevaron y sobrevino entonces un dominó golpista que dejó a la región
en manos de un movimiento insurreccional cívico-militar-clerical financiado por las más poderosas corporaciones económicas. Para 2014, los
sacaditos neonazis ya habían cancelado todas las democracias latinoamericanas y
habían instaurado regímenes represivos largamente más siniestros que los del
Plan Cóndor.
(La izquierda marxista argentina habría hecho la vista gorda y habría apostado secretamente al golpe porque al parecer un pelotudo dijo una noche tarde, después de una charla de Vilma Ripoll en el local del MST de Long Champs: ¡Uh, boludo, mirá, las condiciones objetivas para la revolución! Y todos habrían brindado por la inexorabilidad de la dictadura del proletariado y por la aparición con vida del faquin sepulturero de la maldita burguesía)
(La izquierda marxista argentina habría hecho la vista gorda y habría apostado secretamente al golpe porque al parecer un pelotudo dijo una noche tarde, después de una charla de Vilma Ripoll en el local del MST de Long Champs: ¡Uh, boludo, mirá, las condiciones objetivas para la revolución! Y todos habrían brindado por la inexorabilidad de la dictadura del proletariado y por la aparición con vida del faquin sepulturero de la maldita burguesía)
Hoy, en
2019, el pelotudo integra el 38 por ciento de los que por ahora zafan. Tiene
trabajo y derechos de ciudadanía. Un nombre y un documento de identidad, tiene
el pelotudo. Los demás, el otro 62%, no tienen nada ni son nada. El Régimen los
borró. Los desechó. Los canceló. No existen y entonces si los matan no hay
delito porque no hay objeto del delito. Cada cancelado que muere (de hambre, en
una gresca con otro borrado o a manos de la policía militar en un intento de
asalto o asesinado de onda nomás) es apenas un problema menos. La calle es de
ellos. Por eso el pelotudo casi no sale a la calle. Porque la calle es una
guerra. Si tiene que salir, tiene que pedir autorización a la guardia de su
cuadra, que comprueba que lleve su arma reglamentaria y chequea que esté
cargada. Todos los ciudadanos están obligados a portar armas y tienen permiso
para tirar a matar y el Estado les provee ayuda sicológica o espiritual para
sosegar eventuales estertores de culpa que puedan distraerlos de sus deberes comunitarios. Y todos los ciudadanos son
monitoreados a través del GPS de sus DIMs. Hay organizaciones rebeldes que
ofrecen extirpar los aparatitos de los cerebros de los ciudadanos que
pretenden zafar del control, pero guarda: el que se saca el chip se convierte
automáticamente en un clandestino al que se le expropia la casa, se le cancela
la ciudadanía –o sea, se lo desaparece- y se lo arroja al desamparo -a la guerra
de la calle.
Por eso
nadie sale si no es por motivos de fuerza mayor. Por eso casi nadie
se relaciona físicamente con casi nadie. Por eso casi nadie se enamora de
personas reales. Por eso casi nadie coge de verdad y por eso nacen cada vez menos bebés y por eso la población
envejece y se achica vertiginosamente –por eso y por la guerra de la calle. Por
eso no pasa nada afuera. Y por eso el trabajo del pelotudo consiste en escribir
noticias falsas. No son noticias que distorsionan, tergiversan o manipulan la
realidad, como las que redactaba Winston Smith, el protagonista de 1984, que alteraba datos para acomodar la realidad a los intereses
del Partido. El pelotudo escribe noticias falsas para inventar una realidad
virtual que ocurre en la interné y reemplaza a la que no sucede en la calle,
donde solamente hay una guerra. El pelotudo escribe crónicas de partidos de
fútbol que nunca se jugaron, críticas de obras de teatro que jamás fueron exhibidas, manifestaciones de protesta que –más bien- nunca se realizaron porque de haberse
realizado los manifestantes hubieran sido masacrados por la policía militar. El
pelotudo y otros periodistas escriben, y expertos en animación crean las fotos
y las imágenes de video. Ojo: es un trabajo riguroso el que hace el pelotudo,
porque sus crónicas tienen que dar cuenta de hechos coherentes para no quebrar
la armonía de la realidad que progresa, paralela y ficcional, en el mundo sustituto. Y es un trabajo de alta
consideración social, porque todos los
pelotudos dependen de pelotudos como él para tener una vida.
*
* *
Extrañamente
animado por la resolana que hoy perfora el colchón tóxico que le pone techo al cielo,
el pelotudo pidió autorización a la guardia de la policía militar para salir.
Se asomó y un cobani lo cacheó de arriba a abajo y le pidió el arma y chequeó
la carga. Le dijo que no fuera pelotudo, que volviera rápido, que la calle está
dura. Y le hizo la venia. El pelotudo caminó apurado, las manos en los
bolsillos de su gabán y el dedo índice derecho en el gatillo. Antes de doblar
la esquina, un par de veces se dio vuelta y miró al gorra que lo había revisado.
El cana creyó verle algo raro en la mirada, al pelotudo.
Excelente!
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