11/6/12

CAPÍTULO 18 Ya no da

El pelotudo está casado hace una punta de años –punta de años decía uno de sus abuelos, cree. Con lo cual, el pelotudo es un bicho raro, un anacronismo con patas. Porque hoy, el pelotudo medio se separa. Se casa o se junta y se separa. Más temprano que tarde se separa. Rápido, sin darle muchas vueltas al asunto. Se separa y a la mierda. La mina le rompe las pelotas más de lo que creyó que se las iba a romper y se separa. Se hincha las bolas y se separa. Se va. Con lo puesto. Entrega todo –casa, auto, piano, discos, la ropa y el perro- con tal de que no le rompan más las pelotas. O ve que ya no tiene ganas de clavarla todas las noches como al principio y se separa. No va más. Se acabó la pasión. No da para más. Y chau. Se separa. Pasa mucho después de que llegan los hijos. La mina no le da más bola y el pelotudo no se la banca y se va. Listo. O lo echan. Se da mucho últimamente. La mina se cansa del pelotudo y lo saca a la calle, como la bolsa de basura. Antes le dice que hace siete años que están en crisis y desencaja al pelotudo, que no se había dado cuenta y le reprocha: ¿Y por qué mierda no me avisaste que estábamos en crisis, así por ahí la remaba un poco? ¡Porque me acabo de enterar de esta crisis de siete años, yegua hija de puta! Después el tipo recapitula y sí, ponele que estaba medio pajero, reconoce, pero sigue puteando porque la perra no le avisó de la crisis ¡¡en siete putos años!! Como sea, el tipo se va. Entrega todo y arma otra casa y duplica los gastos y después se calienta con otra mina que capaz tiene hijos que se le adosan y se junta –al pedo se junta, porque se junta con la yegua nueva y con sus tres críos y por ahí tiene un par más propios y entonces se compra docenas de quilombos cuando lo que se había propuesto era vivir solo para que nadie le rompiera las pelotas- y al tiempo vuelve a separarse y vuelve a juntarse y cuando se da cuenta tiene que bancar tres casas, las puteadas de tres locas de mierda y una prole que parece un pac de fouars de los pumas –por la cantidad y por lo que lastran, las criaturitas de Dios.
Con sus amigotes del colegio, el pelotudo tenía un plan: todos al mismo tiempo se separaban a eso de los 35, cuando más o menos estarían presentables y con algún mango en el bolsillo como para pasarse un par de años de joda. Pero no quemaban los puentes, cosa de poder volver con el caballo cansado buscando refugio para la segunda mitad de la vida. O sea, el tema era no irse mal. Tenían que abrir apenas un paréntesis con alguna mariconada muy del pelotudo posmoderno tipo gorda, estoy confundido/necesito un tiempo para mí/no sos vos, soy yo o alguna gansada del estilo. Bueno, el plan fracasó estrepitosamente. El pelotudo nunca se separó y se convirtió en un caso de estudio. Otro se separó a tiempo pero al mes se encajetó de nuevo y ahí está, encajetado –hay pelotudos que es como que se apunan si los sueltan más de 24 horas. Y otros dos se separaron pero a los tiros –los echaron, digamos- y surfean la soltería con suerte dispar. A saber:
-          Uno se enfermó. Se le afiebró el pito. Y mantiene –acaso movido por el pánico a quedarse sin nada para comer- seis o siete relaciones paralelas a fuerza de un trabajo de inteligencia que a cualquier otro mortal lo alienaría con sólo imaginarse en ese entrevero.
-          Al otro cada relación le dura lo que la mina tarda en reclamarle subir apenas, casi imperceptiblemente el piso de compromiso por encima del cero. O sea, nada. Cada relación le dura nada porque las chicas no tardan nada en pedir un mínimo gesto: una cena a más de dos metros de la cama, un mensaje de texto que supere los 23 caracteres necesarios para coordinar un polvo, algo parecido a una palabra después de acabar –no entienden el efecto apocalíptico que tiene el orgasmo sobre el macho, se queja el pelotudo amigo del pelotudo, y abunda: no entienden que la eyaculación nos vacía por completo el cuerpo y el alma y nos marca el fin del mundo, al menos por un rato, que es variable pero nunca, jamás menor a diez minutos.
(En estos años pos-posmodernos de principios de siglo, las mujeres cacarean su emancipación económica/cultural/social pero lidian todavía algo torpemente con sus flamantes libertades/autonomías. Son como adolescentes en pleno estirón, cuando el cuerpo se les viene ajeno, inmanejable por momentos. Medio que están como agorafóbicas, digamos, y padecen cuadros intermitentes de hiperventilación)
Ahora el pelotudo tiene otro amigo, también cuarentón, que analiza seriamente la posibilidad de separarse. Y está convencido de que está comprando un boleto directo a la lujuria, al desenfreno, a la vida loca. Error. La otra noche, el pelotudo lo sentó y encadenó un argumento con otro en el intento de abrirle los ojos con la convicción de que a los 40 ya no da. Le dijo:
-          Es una fantasía eso de separarse a los 40 y creer que vas a salir como un campeón a revolear la garcha y que las pendejas de 25 te van a abrir las piernitas en efecto dominó como al insaciable Nico Cabré.
-          A los 40 ya estás grande y te ves como hombre grande. Así te ven las pendejas de 25. Te ven venir y dicen ahí viene un señor grande. Se te nota en la panza, en el pelo -en la ausencia de pelo en la cabeza y en los pelos que te asoman de la nariz y de las orejas-, en los bostezos de medianoche y en el blíster de pastillas azules que asoma de tu bolsillo.
-          Olvidate: las pendejas de 25 no te dan bola. A menos que tengas mucha guita o mucho poder, que son cosas que van de la mano –el poder da guita y la guita da poder-, pero los tipos con mucha guita y mucho poder no cuentan porque viven en un mundo distinto al nuestro.
-          Por ahí te dan bola las minas de treinta y pico, y a esa edad se pueden encontrar piezas en admirable estado de conservación. Pero las que no tienen hijos quieren tenerlos con vos… ¡¡ya!! Y terminás cambiando pañales y haciendo mamaderas a las 4 de la mañana como un pelotudo.
-          Ayer me encontré con un amigo de 42 que tenía las bolsas de los ojos como dos bolsas de consorcio que le llegaban al piso, igual que las bolas. Había llorado toda la noche el angelito -y él también.
-          Y las que ya tienen pibes quieren formar una nueva familia… ¡¡con vos!! Tengo un compañero de laburo que estaba contento porque había empezado a salir con una mina de 33, como Cristo. Un modelo 78 no está mal, pensó el pibe, porque bajaba siete modelos respecto de su ex. Pero la chica pretendió convertir la tercera salida (¡¡la tercera!!) en un fin de semana de tres. Pero no en una partusa: ¡¡¡En una escapada en familia con su hija de tres años!!!!
-          Y bueno… las de más de 40… tienen más de 40. O sea, un canje mano a mano. 13V por 13V. No da.



Esa misma noche, el pelotudo repitió toda esa argumentación en la sobremesa. La mujer, que miraba la enésima escena de casi chupón entre Carina Zampini y el madera Estevanez en Dulce Amor, le preguntó, sin sacar los ojos de la pantalla:
-          ¿Y por qué me decís todas estas pelotudeces a mí?
-          No sé, gorda, por ahí para que te quedes tranquila- ensayó el pelotudo, con poquísima convicción.
-          Ah no. Vos sos un pelotudo- lo liquidó ella, lamentándose por otro chupón frustrado de la dupla Zampini-Estevanez y dejándole una pregunta retórica mientras se alejaba sin dejar margen para la apelación: -Vos lavás todo esto, ¿no?

1 comentario:

  1. Qué le vamo´a hacer... evidentemente Dios los cría y los pelotudos se amontonan.

    Lo mejor de esta historia del pelotudo: el remate de su gorda.

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