El pelotudo es un pelotudo todo el
tiempo. Siempre es un pelotudo. No es que a veces se hace el pelotudo. No es
que cada tanto se pone pelotudo. O sea: el pelotudo no pelotudea de a ratos. La
pelotudez no es un jobi, una manera de distraerse. El pelotudo –hay que decirlo
claramente- es un pelotudo fultaim: un pelotudo, digamos, con dedicación
exclusiva.
Un suponer: el pelotudo va por la
calle y observa, escruta el mundo, pero con ojos de pelotudo, con una mirada
muy pelotuda. Podría decirse que es un observador, pero un observador pelotudo,
que observa y fantasea. Hace de cualquier pelotudez una teoría, o una
hipótesis. O ficcionaliza la realidad y ve cosas raras detrás de pelotudeces
que a la mayoría de los pelotudos no le llaman la atención. Se apoya en cierto
fundamentalismo del pensamiento moderno que indica que el sujeto es el que crea
o constituye los objetos, con lo cual cada pelotudo podría tener una realidad propia,
cosa que no debe ser tan así porque, si así fuese, todo pelotudo podría crearse
para sí una bruta camioneta, una casa en la playa y una mujer con buen culo y
buenas tetas que no le rompiera las pelotas porque se va a la cancha todos los
domingos o se cuelga con cara de pelotudo a ver por la tele fútbol de
Inglaterra, de Italia, de España o de Kuala Lumpur los domingos al mediodía en
vez de prender el fuego y hacer un puto asado, que es lo único que le sale más
o menos bien; y toda pelotuda podría crearse para sí un tipo parecido a George
Clooney que encima no fuera tan básico
como para fantasear todo el día con una bruta camioneta, una casa en la playa y
una mujer con buen culo y buenas tetas que no le rompiera las pelotas porque se
va a la cancha todos los domingos o se cuelga con cara de pelotudo a ver por la
tele fútbol de Inglaterra, de Italia, de España o de Kuala Lumpur.
Lejos de ser una virtud que pueda
distinguirlo bien de entre el ejército de pelotudos que puebla las calles de
Buenos Aires, esta costumbre rebela, en el pelotudo, una tendencia a la
dispersión, a la evasión… cierta volatilidad de su capacidad de concentración y
una inclinación a fugarse hacia mundos inventados, acaso una forma de
escaparles un poco a su rutina de pelotudo medio y a las obligaciones
cotidianas que le corresponden por añadidura sin que pueda elegir no tenerlas,
porque, se sabe: el albedrío del pelotudo no es muy libre que digamos. Es un
albedrío restringido, angosto como las vereditas de la calle Perón entre Reconquista
y 25 de Mayo (el pelotudo se pregunta una y otra vez, sin querer la respuesta,
a qué pelotudo se le habrá ocurrido hacer en Buenos Aires tantas veredas de
medio metro de ancho, que generan feroces batallas entre peatones apurados que
se cagan a hombrazos y codazos cuando pasan de a dos, uno para cada lado, y
generalmente uno de ellos termina con uno de sus pies en la calle y es
arrollado por un motoquero que, después de matarlo, no se detendrá siquiera
para bajarle los párpados y evitar que el cadáver quede con esa expresión tan
desagradable, con la mirada perdida como la de un maniquí).
El pelotudo ha notado con cierta
preocupación el aumento sostenido del número de pelotudos que andan por la
calle con esos auriculares gigantes en las orejas. Dice, el pelotudo, que son
una nueva versión de nerds que no temen al ridículo y andan por la vida lo más
chotos pareciéndose al ratón Mickey, que es el personaje más pelotudo de la
historia de los dibujitos animados (el pelotudo sueña con ir a Disney alguna
vez, pero en este caso no lo sueña igual que el pelotudo medio, sino que lo
sueña movido por la ambición de enfrentar alguna vez a un Mickey, embestirlo
con una patada voladora y, sin dejarlo reaccionar, mientras se halla indefenso
en el piso, propinarle una paliza revolucionaria al grito de ¡tomá, ratón imperialista hijo de puta! ¡A
Minnie se la garcha Larguirucho, que es sudaca, argentino y bien pijudo!).
El pelotudo ve a estos falsos Mickeys
tironeados por una contradicción: como buenos nerds, son pelotudos híper conectados,
pero desconectados. ¿Cómo? Sí, están habitualmente híper conectados, pero sus
auriculares gigantes los encierran a la vez que los transportan a un mundo
paralelo. Son pelotudos con música de fondo –pelotudos musicalizados-, lo que
debería convertirlos en pelotudos embargados por fuertes emociones, porque la
música de fondo es lo que hace que la vida de los protagonistas de las
películas sea tan emotiva. O sea, la música que llevan metida en el cerebro
estos falsos Mickey debería montarlos en un carrusel emocional, pero, lejos de
vérselos conmovidos, sus rostros, sus semblantes, sus ojos sólo expresan ausencia.
Van como idos, porque no conectan con su entorno inmediato sino con un entorno
remoto, que está más allá de lo que los rodea –las personas, los perros, los
autos, los sonidos-, en algún lugar incierto.
Acaso sea que andan dionisíacamente
enfiestados, piensa el pelotudo -y se asombra de lo que acaba de pensar. Un
filósofo que no se andaba con chiquitas porque anunció nada menos que la muerte
de Dios –no como el pelotudo de Pergolini, que anunció la (falsa) muerte del
pelotudo de Phill Collins- explicaba que las fiestas dionisíacas, que parece
que incluían chupi y frula a lo loco, ponían a los enfiestados en un estado de
embriaguez y éxtasis tal –quedaban re locos, digamos- que se abría un abismo del olvido que separaba el
mundo de la realidad cotidiana del mundo de la realidad dionisíaca. O sea, los
tipos quedaban como en una nube de pedos. Y en
la conciencia del despertar de la embriaguez los tipos ven por todas partes lo espantoso o absurdo del
ser del hombre y esto les produce
náuseas –les da un asquito, como los votantes de Macri a Fito Páez.
Entonces prefieren andar con esos auriculares gigantes, viviendo una realidad lejana,
casi irreal, aun pagando el precio de parecerse al pelotudo del ratón Mickey.
jajaja!!! muy bueno!!! además de la cara de nabo que te hacen esos auriculares, no está comprobado que con ellos se escuche mejor.
ResponderEliminarY dale con Pernía... y dale con la cultura yanqui.
Una pizca de historia:
Walt Disney hizo la voz de Mickey durante casi 20 años, era también colaborador del FBI, simpatizaba con los regímenes fascistas, era de ideología neocolonialista. Ferviente anticomunista, se comportó descaradamente con los países del tercer mundo, caricaturizando con crueldad a sus habitantes, dibujando el servilismo con sus “negritos”. También repudiaba las huelgas de sus trabajadores, quienes eran empleados explotados. También es sabido que se mantuvo reuniones con la organización pro-nazi German American Bund. En su juventud formó parte de una organización masónica, llamada Orden DeMolay. Tuvo sus muestras antisemitas en algunas caricaturas, como en Los Tres Chanchitos.
Mickey Mouse, según el propio Disney, llevaba su carácter, y sus convicciones (de ahí proviene principalmente mi rechazo al personaje). Es el emblema de Disney, el representante de la cultura estadounidense. Recomiendo el libro "Para Leer el Pato Donald" de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, dónde los autores desentrañan el consumismo, mercantilismo y lo villanos que son quienes luchan por sus derechos en esas tiras aparentemente ingenuas.